Elroy montó un equipo de investigadores para descubrir la verdad y, en su caso, encontrar al culpable. Elroy se puso en contacto con un profesor francés, Philippe Hubert, que había trabajado en el uso del Cesio 137 para confirmar la antigüedad de un vino. El Cesio 137 es un isótopo radioactivo que no estaba presente en la tierra hasta las explosiones radioactivas de Hiroshima y Nagasaki. Accidentes como los de Chernobyl o Fukushima han reforzado esta presencia.
Esta prueba, muy sofisticada, no dio sin embargo el resultado que se esperaba. Los autores del fraude habían sido precavidos y habían introducido vino anterior a las explosiones nucleares en las botellas. ¡Es lógico pensar que si uno quiere hacer un gran fraude no va a poner un vino de la tienda de la esquina!
La investigación se dirigió a los marcas con las letras de Jefferson en las botellas. El análisis detallado de estas marcas descubrió que se habían realizado con un artilugio usado por dentistas que no existía en la época de Thomas Jefferson.
Se descubrió a los culpables. Esta parte fue seguramente la más sencilla, pues había que seguir el hilo de la venta de las botellas en las casas de subastas.
Esta historia nos deja a las claras la sofisticación de estos casos. Hay mucho dinero en juego, y las personas que perpetran los fraudes se toman muy en serio su trabajo.
Por suerte o desgracia la mayoría de nosotros no estamos expuestos a este tipo de casos pues los vinos que consumimos no “merecen” la inversión de un fraude.